A 162 años del fallecimiento del Almirante Brown

DOMINGO, 3 de marzo 2019.- El Almirante Guillermo Brown, nació en Foxford –pueblo del Condado de Mayo– en Irlanda, el 23 de junio de 1777. De niño fue llevado por su padre a los Estados Unidos de Norteamérica, donde quedó huérfano llegando a la adolescencia.

Fue así que la vida empezaba a mojarlo con agua de mar y ésta a inundar su alma ya que, apenas huérfano, se embarcó como grumete en un barco norteamericano a orillas del Delaware, en pleno apogeo de la marina a vela. Viajó por el Atlántico Norte y Sur, por el Caribe y ya en 1796 –con tan sólo 19 años– había llegado al grado de capitán.

En 1809 llegó por primera vez al Río de la Plata, a Montevideo, y ese mismo año contrajo matrimonio en Inglaterra con Isabel Chitty. En 1811 Guillermo Brown arribó a nuestro país. En un principio se dedicó al comercio, como armador y propietario de dos naves -hacía el comercio en el Río de la Plata extendiéndose hasta Chile-, hasta que los españoles de Montevideo le apresaron una nave y él les capturó otra.

Desde entonces se abrazó a la causa patriota. El amor a la libertad, por el derecho a vivir sin sometimientos, fue la fuerza vital que lo llevó a sumarse a la causa de nuestra incipiente emancipación.

Las naves de Brown abrieron para nosotros los caminos del mar. Luchó por la libertad de América del Sur como San Martín y Bolívar; atezando su rostro con las brisas salinas del océano. Fue ejemplo de valores éticos y morales.

El Gran Almirante amaba a los niños, la música y las plantas. Sobrio en el comer y en el beber, sólo fumaba en pipa con la taza hacia abajo; pipa que mordisqueaba mientras dejaba salir de su boca las palabras más gringas que lo habitual. Hasta que sonaba el zafarrancho de combate y se lo veía subir al puente –fiel a una antigua costumbre de marinos y corsarios– vestido con su mejor uniforme, luciendo sus medallas y la espada de Juncal; y en las naves enemigas se escuchaba correr la noticia: “¡Brown está en su puesto!”.

“¡Fuego rasante que el pueblo nos contempla!” (Orden General en Los Pozos); éste era Brown. Sabía que el militar se debe por entero al pueblo que lo arma, únicamente para la defensa de su honor y de su libertad. Amó nuestra tierra y jugó el destino de su vida abrazado a la causa de Mayo.

Él pertenecía al mar y a su gente: a sus capitanes –a los que exigía hasta el sacrificio y coraje ciego, por saberlos duchos y veteranos– y a sus “mochachos”, como llamaba a marineros e infantes embarcados.

Fue argentino en su corazón, respondiendo sólo al zafarrancho que llamaba a defender su Patria por adopción en el mar; demostrando su valentía hasta la temeridad en el combate y su tenaz persecución de la victoria. “Si fue grande en el triunfo, lo fue más aún en la derrota”, se dijo de él.

El pueblo lo tuvo por héroe y la Armada Argentina lo eligió como Padre, ya que con heroísmo propio y respeto por el heroísmo del adversario, enseñó que el gaucho también podía ser marino. Su valentía, bondad, nobleza y lealtad por este suelo, lo llevaron a ser considerado en vida gloria nacional.

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