SÁBADO, 6 de junio 2020.- «Desde el punto de vista de la actividad volcánica, vivimos en un período asombrosamente tranquilo. Normalmente las erupciones globales ocurren una o dos veces en cien años, pero en los siglos XX y XXI no se han producido», explicó Kulakov. Al mismo tiempo, sostuvo que esta prolongada pausa se traduce en una probabilidad cada vez más alta de que ese fenómeno suceda de manera inminente.
La última erupción global fue la del volcán de Krakatoa (Indonesia), que tuvo lugar en 1883. Como consecuencia, los habitantes de Europa llegaron a observar ocasos de aspecto «absolutamente psicodélico», algo que quedó plasmado en numerosas pinturas de aquel tiempo, asegura Kulakov.
A modo de comparación, mientras que la erupción del Eyjafjallajökull (Islandia) en 2010, que por varios días paralizó los vuelos de todo tipo de aviones en el hemisferio boreal, produjo 0,1 kilómetros cúbicos de material magmático, los volúmenes expulsados por el Krakatoa y el Tambora -otro volcán indonesio que entró en erupción en 1815- fueron de 25 y 150 kilómetros cúbicos, respectivamente.
En el caso del Tambora, su magnitud fue tal que el estrépito se escuchó a unos 2.500 kilómetros de distancia, al tiempo que la gigantesca nube de ceniza expulsada de su interior sumió en la oscuridad un área de 600 kilómetros de radio, provocando lo que se conoce como «un año sin verano», explicó Kulakov.
Dicha erupción provocó importantes descensos de temperatura e intensas lluvias que trajeron como consecuencia epidemias y hambrunas. Incluso se cree que la muerte masiva de caballos asociada a este evento motivó a descubrir otros medios de transporte, entre ellos la bicicleta.
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