MARTES, 16 de junio 2020.- En 1946, Argentina introdujo castores provenientes de Canadá para comenzar una prometedora industria peletera en Tierra del Fuego que pronto se mostró poco exitosa. Fue entonces cuando estos animales de apariencia simpática fueron liberados a la vida silvestre y comenzaron una historia de colonización, cambiando radicalmente la fisonomía y los ecosistemas de la isla.
La disponibilidad de agua y madera, junto a la adaptabilidad de los castores a diferentes condiciones y la falta de predadores naturales, contribuyeron al crecimiento de estas poblaciones.
Casi 75 años más tarde, la presencia de castoreras -es decir, las represas construidas por estos mamíferos- en los paisajes fueguinos son un testimonio desolador de cuán agresivas pueden ser las transformaciones derivadas de la introducción de especies exóticas para el equilibrio de los ecosistemas nativos, tanto terrestres como acuáticos.
Científicos del CADIC identificaron más de 200.000 diques, ya no sólo en la isla grande de Tierra del Fuego sino también en gran parte de las islas que conforman el archipiélago, cubriendo alrededor de un 50 por ciento del mismo, sin reconocer las fronteras políticas que dividen al territorio entre Chile y Argentina.
Además, en el trabajo publicado en la revista PLOS ONE, liderado por Alejandro Huertas Herrera, becario posdoctoral del CONICET en el Centro Austral de Investigaciones Científicas (CADIC, CONICET), se identificó qué características ambientales son las más influyentes y explican la mayor densidad de castoreras en ciertas regiones.
A partir de la interpretación visual de imágenes satelitales de alta calidad (Microsoft Bing, Google Earth y HERE) se registraron 206.203 diques de castor, de los cuales 100.951 se encuentran del lado argentino del archipiélago y 105.252 en Chile. “Como era de esperarse, la Isla Grande de Tierra del Fuego alberga la mayor cantidad de castoreras identificadas (más del 75 por ciento) mientras que existen islas que aparentemente aún no han sido invadidas, como Isla de los Estados y las ubicadas al suroeste de la Cordillera Darwin, en Chile”, explica Huertas Herrera.
La mayor presencia de diques en la isla principal puede explicarse porque fue allí donde se introdujeron originalmente. Además, esta investigación muestra que la concentración se da en mayor medida en ambientes boscosos, y también se relaciona con factores como temperatura, precipitaciones, elevación y pendiente.
“Los bosques fueron el tipo de vegetación más invadido (llegando a concentrar casi un 80 por ciento de los diques), mientras que los ecosistemas de transición, como por ejemplo el ecotono estepa-bosque, fueron los menos afectados, con menos del 10 por ciento de las castoreras registradas. Otros ecosistemas extremos, como tundras y estepas, también mostraron signos de ocupación, aunque en mucho menor proporción.
Con respecto a los factores ambientales analizados, los ecosistemas terrestres que más eficientemente acumulan biomasa por fotosíntesis, es decir, la vegetación más productiva en relación al material arbóreo (por ejemplo, ramas y hojas), son los preferidos por los castores”, describe el becario del CADIC.
Como es sabido, para construir estos diques los castores utilizan troncos y ramas de árboles que cambian el curso de los arroyos y, en consecuencia, la vegetación y el suelo circundantes. Por ejemplo, las áreas inundadas que se forman en torno a las represas, se convierten en praderas con niveles de humedad, luz y vegetación donde las especies nativas no son capaces de sobrevivir.
“Debido a esos significativos impactos ambientales, los castores son considerados como uno de los principales agentes de transformación de los ecosistemas fueguinos y su invasión constituye una de las mayores amenazas para la conservación de la naturaleza”, asegura Huertas Herrera.
Este trabajo cobra especial relevancia en un marco global preocupado por los efectos del cambio climático que, según se prevé, favorecerá el crecimiento y expansión de las invasiones de especies exóticas, como los castores. “La información que obtuvimos sirve, no sólo para conocer cuál es el estado de la invasión de castores en el archipiélago, sino además como base para construir modelos que permitan anticipar cómo avanzará la invasión, según las preferencias que tiene la especie a la hora de colonizar nuevos territorios, y diseñar estrategias para detener el avance”, concluye el becario.
Por Mariela López Cordero.
Comentario de Facebook