SÁBADO, 15 de julio 2023.- Una tormenta de viento, nieve y granizo desatada este sábado en el Canal Beagle impidió a un grupo de expedicionarios llegar hasta los restos del naufragio del Monte Cervantes, el barco de carga y de pasajeros hundido en 1930 frente a las costas de la ciudad de Ushuaia, y conocido por ello como el «Titanic argentino».

La misión liderada por el ingeniero electrónico Carlos Pane y un equipo conformado por estudiantes universitarios tenía planificado alcanzar con buzos y drones submarinos el lugar donde se encuentran las cabinas y las chimeneas de la embarcación, a unos «30 o 35 metros de profundidad».

El objetivo principal era filmar la «lámpara de navegación» del barco (un artefacto de «las dimensiones de una heladera doméstica») y otros elementos de interés vinculados al naufragio.

Sin embargo, una serie de dificultades acecharon la travesía: por un lado, una alerta de las autoridades sobre la presencia de orcas en la zona hizo desistir de la inmersión de los buzos por razones de seguridad y, por otra parte, un temporal de mayor intensidad que lo previsto provocó problemas en el manejo remoto de los drones.

«Se presentaron varios inconvenientes, todos propios del lugar y de esta época del año. En principio el capitán del catamarán no pudo anclar en el sitio del naufragio por el oleaje y debió permanecer en movimiento, lo que era una amenaza para el cable de los drones que había que mantener lejos de las hélices de los motores», explicó Pane a Télam.

El experto detalló que, después, «se desató una tormenta con viento y mucha corriente y mar de fondo que nos dificultaba guiar los drones y conspiraba contra la claridad de las imágenes que pretendíamos. Llegamos a los 30 metros de profundidad pero era difícil seguir así la búsqueda», señaló.

Pane es un ingeniero electrónico graduado en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) que luego de una trayectoria en empresas privadas se convirtió en investigador y docente de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego (Untdf).

En ese ámbito, y como parte de un proyecto de emprendedores gestado desde el propio ámbito académico formó junto a un grupo de sus alumnos la empresa Deepwater Engineering, dedicada a distintos proyectos de ingeniería aplicada, entre ellos algunos submarinos mediante la utilización de drones.

El mismo equipo ya exploró en febrero de este año el naufragio del Vapor Sarmiento, un barco de carga y de pasajeros encallado frente a la Estancia Remolino, también en el Canal Beagle, desde 1912.

En este caso «queríamos ver el estado de las cabinas del Monte Cervantes y buscar la lámpara de navegación. Sabíamos que hay sectores colapsados y que todo ha sido invadido por la vegetación marina, pero queríamos igualmente hacer un registro actualizado de los restos», indicó Pane.

La expedición partió pasadas las 9 desde el muelle de catamaranes del puerto de Ushuaia, cuando todavía era de noche en Tierra del Fuego y la temperatura en la ciudad era de 1 grado sobre cero con una sensación térmica de dos grados bajo cero.

Las condiciones climáticas, en una mañana helada pero casi sin viento en ese momento, favorecieron el recorrido del catamarán Elisabetta 1, de la empresa turística Canoeros, que trasladó a los expedicionarios hasta las coordenadas del lugar del naufragio del Monte Cervantes.

La navegación de 10 millas náuticas (unos 15 kilómetros) por el Canal Beagle transcurrió sin novedades hasta las proximidades del faro Les Eclaireurs, a unos 35 minutos de Ushuaia, travesía que Pane aprovechó para dar las últimas indicaciones a su grupo de trabajo y para cerciorarse del buen funcionamiento del equipamiento.

Para la misión se utilizaron dos ROV (Remote Operated Vehicle según su sigla en inglés) de origen chino, uno de mayor potencia que el otro y equipados con seis motores eléctricos cada uno, luces frontales, cámaras para filmar en definición 4K y baterías con una autonomía de funcionamiento de entre «dos y tres horas» en latitudes con temperaturas frías.

Los ROV pueden descender hasta los 100 y 150 metros de profundidad y las imágenes que transmiten se pueden observar en directo a través de una pantalla y monitores instalados en el centro de comando.

El grupo liderado por Pane y formado por otros cinco jóvenes (uno de ellos su hijo) sumergió los robots en el Beagle a las 11.15 y al poco tiempo logró llegar hasta una profundidad de 25 metros, pero en ese momento comenzaron a complicarse las condiciones climáticas, en especial por un frente de tormenta que empezó a acercarse al sitio del naufragio.

Los equipos comandados por un control remoto desde la superficie utilizan un cable o «cordón umbilical» por el que se envían las señales de comando y de video, y que constituye un tema de cuidado para los operadores porque puede enredarse en algas u otros obstáculos bajo el mar.

«Además, en este caso la tormenta produjo que el cable de los drones actuara como una vela, y la corriente los llevara fuera de la ruta pretendida por los operadores, lo que además agregó el problema de un mayor consumo de las baterías», describió el ingeniero.

Después de recuperar los aparatos desde la profundidad del mar, la expedición inició su regreso a Ushuaia en medio del temporal de viento y nieve.

«Nuestra idea no persigue ningún fin económico y sigue siendo la de relevar el patrimonio cultural para visibilizarlo y que después eventualmente los expertos en el tema, como lo son los arqueólogos submarinos y los historiadores decidan los pasos a seguir. La campaña no concluye con este episodio sino que esperamos continuarla en el futuro», concluyó el investigador.

Los expedicionarios eligieron el mes de julio porque es la época de menor actividad biológica en el agua y entonces la de mayor visibilidad, lo que compensa el hecho de contar con menos horas de luz solar.

Sin embargo, el casi imprevisible clima fueguino les jugó una mala pasada a la vez que acrecentó el misterio sobre uno de los naufragios más renombrados e inaccesibles de la provincia.

Los restos del «Titanic argentino» siguen escondidos en las profundidades del Beagle, esquivando los intentos de reflotamiento y también los del registro fílmico de sus partes sobrevivientes al paso del tiempo.

MONTE CERVANTES: EL BARCO HUNDIDO DOS VECES AL QUE JAMÁS LE GUSTARON LAS «VISITAS»

Las condiciones climáticas que impidieron este sábado el registro fílmico del naufragio del barco Monte Cervantes, hundido frente a la ciudad de Ushuaia desde 1930 y apodado el «Titanic argentino», hacen crecer el mito sobre las historias de frustración que rodean el intento de acercamiento a los restos de la emblemática nave.

Conocido por haberse hundido en dos oportunidades, la original hace 93 años y la otra en 1954 cuando intentaron reflotarlo y el casco se partió en dos, la embarcación pareciera eludir también los intentos de ser filmada.

En 2000, un equipo de documentalistas alemanes logró captar imágenes del casco de 160 metros de largo por 30 de ancho, a través de un drone que descendió hasta los 138 metros de profundidad, pero los buzos profesionales que pretendían tener el primer contacto humano con la mole de acero tuvieron que desistir por la fuerte marejada y porque uno de ellos se lastimó el oído durante una maniobra.

El de este sábado constituye, entonces, un nuevo intento fallido dentro de la serie de proyectos que buscaron acercarse al más renombrado de los naufragios de la zona.

El Monte Cervantes era un buque mixto de carga y pasajeros alemán botado el 25 de agosto de 1927 que unía Buenos Aires con Punta Arenas, en Chile, pasando por Puerto Madryn en Chubut.

El 22 de enero de 1930, después de una escala de 15 horas en Ushuaia, entonces habitada por 800 pobladores, zarpó desde la capital fueguina y al poco tiempo chocó contra un bajo fondo en el paso Les Eclaireurs.

El impacto generó una abertura que inundó las bodegas y los camarotes bajos, con lo que el barco se inclinó y empezó a hundirse.

El capitán Teodoro Dreyer logró maniobrar hasta unos islotes, bajar los botes salvavidas y proteger a los 1200 pasajeros y 300 tripulantes.

Como en Ushuaia había entonces apenas una pensión con cuatro camas, los náufragos se repartieron en casas de familia y hasta en el histórico presidio que funcionaba en la ciudad, donde los presos decidieron donar la mitad de su ración de comida diaria para poder alimentarlos.

El capitán Dreyer fue la única víctima del suceso, aunque la forma en que murió sigue siendo un misterio: algunos dicen que regresó al barco y tuvo un accidente, mientras que otros sostienen que decidió hundirse con la embarcación, como reza la tradición naviera.

Su cuerpo nunca apareció y su viuda llegó a ofrecer una recompensa por información sobre su esposo.

Sin embargo, la otra historia que vincula al Monte Cervantes con Ushuaia es la del único rescate de la embarcación, intentado en 1954 por la empresa Salvamar.

Si bien se logró reflotar el buque, durante su remolque hasta la ciudad el casco se volvió a partir y se hundió de nuevo, aunque esta vez en un sitio más profundo donde nunca más pudo recuperarse.

Uno de los barcos que participó de esa maniobra fue el remolcador Saint Christopher que luego varó en la costa de Ushuaia y fue abandonado en el lugar en que se encuentra actualmente, donde con el paso del tiempo se convirtió en una de las postales clásicas del Fin del Mundo.

El próximo intento por llegar hasta el Monte Cervantes en una expedición colectiva fue en 2000, cuando los documentalistas alemanes, si bien no consiguieron bucear hasta el casco, lograron tres horas de filmación que luego se convirtieron en el único documental existente con imágenes del barco hundido.

Pasaron otros 23 años hasta que el grupo encabezado por el ingeniero Carlos Pane y sus alumnos probó de nuevo llegar con drones hasta el lugar donde están las cabinas de la nave, y un temporal de viento y nieve se los impidió.

O acaso haya sido el mito más vigente que nunca, de que cualquier acercamiento al naufragio del «Titanic argentino» tendrá siempre que sobrellevar una dosis de dificultades y de frustración.

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