MARTES, 3 de julio 2018.- No basta repetir, para consolarse o encontrar justificaciones, “la Historia es trágica”. Todo el mundo lo sabe o debería saberlo. Si la última gran guerra ocasionó 50 millones de víctimas, cómo no recordar que desde 1945 ha habido unas 150 guerras que han causado 20 millones de muertos, antes y también después de la caída del muro de Berlín.
¿Nuevos riesgos o riesgos antiguos? Poco importa, las tensiones están latentes y estallan entre naciones, entre grupos étnicos, o en relación con injusticias acumuladas en los planos económico y social. Medir estos riesgos y organizarse para prevenirlos es el deber de todos los dirigentes, en un contexto marcado por la interdependencia cada vez mayor entre los pueblos y por la mundialización de los problemas.
Pero, ¿cómo aprender a vivir juntos en la “aldea planetaria” (diría Jacques Delors), si no podemos vivir juntos en las comunidades a las que pertenecemos por naturaleza: la nación, la región, la ciudad, el pueblo, la vecindad?.
El interrogante central de la democracia es si queremos y si podemos participar en la vida en comunidad. Quererlo, no lo olvidemos, depende del sentido de responsabilidad de cada uno.
Ahora bien, si la democracia ha conquistado nuevos territorios hasta hoy dominados por el totalitarismo y la arbitrariedad, tiende a debilitarse donde existe institucionalmente desde hace decenas de años, como si todo tuviera que volver a comenzar continuamente, a renovarse y a inventarse de nuevo.
¿Cómo podrían las acciones políticas no sentirse aludidas por estos grandes desafíos?. ¿Cómo podría no recalcar en qué pueden estas políticas contribuir a un mundo mejor, a un desarrollo humano sostenible, al entendimiento mutuo entre los pueblos, a una renovación de la democracia efectivamente vivida?
Todo convida entonces a revalorizar los aspectos éticos y culturales de la vida humana, y para ello dar a cada uno los medios de comprender al otro en su particularidad y comprender el mundo en su curso caótico hacia una cierta unidad. Pero hace falta además empezar por comprenderse a sí mismo en esta suerte de viaje interior jalonado por el conocimiento, la meditación y el ejercicio de la autocrítica.
Se trata de aprender a vivir juntos conociendo mejor a los demás, su historia, sus tradiciones y su espiritualidad y, a partir de ahí, crear un espíritu nuevo que impulse la realización de proyectos comunes o la solución inteligente y pacífica de los inevitables conflictos, gracias justamente a esta comprensión de que las relaciones de interdependencia son cada vez mayores y a un análisis compartido de los riesgos y retos del futuro.
Una utopía, pensarán, pero una utopía necesaria, una utopía esencial para salir del peligroso ciclo alimentado por el cinismo o la resignación.
La socialización de cada individuo y desarrollo personal no deben ser dos factores antagonistas. Hay que tender hacia un sistema que se esfuerce en combinar las virtudes de la integración y el respeto de los derechos individuales.
Aprender a vivir juntos significa desarrollar la comprensión del otro y la percepción
de las formas de interdependencia –realizar proyectos comunes y prepararse para tratar los conflictos- respetando los valores de pluralismo, la comprensión mutua y la paz.
Tenemos de una ves y para siempre que empezar en Tierra del Fuego a construir un futuro diferente. Si seguimos con los individualismos y las luchas por los intereses de unos pocos nada podremos cambiar.
Parece mentira pero hemos perdido el sentido de vivir con otros, la cultura del sálvese quien pueda nos invade, y no comprendemos que nos salvamos todos juntos o nos hundimos todos juntos.
Tenemos una provincia joven, pujante, con un crecimiento incalculable pero no estamos demostrando la capacidad de poder construirla poniendo los cimientos necesarios para una vida humana de unidad.
Los nuevos conflictos se llevan a cabo más por la diversidad que por la unidad, por la libertad más que por la participación, pero en esta sociedad los proyectos y debates que abordan la organización de la vida colectiva son tan centrales en la vida de todos como lo era en la sociedad industrial, o en el momento de formación de los Estados nacionales. Para salir de la desmodernización hay que llenar el espacio que ha quedado vacío por la desaparición del Sujeto político, es decir, por el deseo de cada individuo de ser actor de su existencia.
Por Walter D´Angelo
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